martes, 28 de agosto de 2007

UMBRAL MORTAL


Recuerdo que durante mucho tiempo fui alérgico a su escritura. Pesaba demasiado en mi ánimo la imagen distante, altanera, egocéntrica. Todo cambió, empero, a partir de la lectura de Mortal y rosa. Me caí del caballo con aparatosidad, deslumbrado por una prosa refulgente, desbordante de imaginación y libertaria, y henchida de lúcido patetismo.

Mi primer error, tan extendido, consistió en confundir obra y persona. También, y no menos asiduo, el de equiparar persona y personaje. Hace tiempo que procuro huir de semejantes dislates. Chaplin, por citar un nombre, creó auténticas obras de arte: perdurables, imperecederas. Que su vida privada fuese al tiempo una colección de desatinos y una persecución constante de adolescentes núbiles carece a la postre de relevancia, salvo acaso para sus familiares, herederos directos e historiadores escrupulosos.

Rara vez estaba de acuerdo con lo sostenido por el Umbral columnista; pero me fascinaban sobremanera sus columnas, lo que no deja de ser llamativo. La clave, claro está, reside en el estilo, en el ritmo subyugante, en el valor de la palabra justa que es, en última instancia, lo que define a los grandes escritores. Cuando coincidía con su criterio, ¡ah!, entonces el placer era completo.
Le echaré de menos, iba a escribir. Pero he caído en la cuenta, gozoso, de que le seguiré leyendo.

domingo, 5 de agosto de 2007

NADIE AMA A UN POLICÍA


El adepto al cine negro comparte igual o parecida devoción por la novela negra. Ambos guardan estrecha relación, son correlato el uno del otro, se retroalimentan entre sí desde los tiempos en que Faulkner y Chandler escribían guiones para los gerifaltes de la gran industria hollywoodiense. Por eso mismo, y porque me apetece, me permito recomendar desde este recodo del ciberespacio esa espléndida novela del argentino Guillermo Orsi que es Nadie ama a un policía (Almuzara, of course). No en vano el Jurado correspondiente –entiendo que con buen criterio, un servidor formaba parte del mismo–, saludó su excelencia galardonándola en fecha aún reciente con el II Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona.

El personaje central de la trama responde al nombre de Pablo Martelli y fue agente de la policía federal, aunque ahora gasta su tiempo vendiendo accesorios de baño; un cometido, al menos en primera instancia, más prosaico. Sin embargo, Martelli aún guarda fidelidad a los amigos de antaño. Pertenece a esa casta de los cínicos sentimentales, en la que figuran hitos, iconos del género negro como Philip Marlowe o el mismo Sam Spade. Son gente que lo han visto todo, desde la miseria de los arrabales al hedor refinado de las mansiones pudientes. Mas, como en la fábula del escorpión, fieles a su condición, estos tipos mantienen cierta entereza moral. Aun sabedores de que esa actitud no les causará sino problemas, optan por mantener cierta integridad en medio del marasmo de corrupción y bajezas que les rodea.

No es que Martelli sea un individuo impoluto; pero su maldad, como el infierno, está impregnada de buenas intenciones; o al menos de atenuantes que en su entorno ni se atisban. Lo que logra Orsi –que es, digámoslo ya, un escritor de una pieza, de los que van quedando pocos– es arrastrar al rendido lector a la vorágine que era la Argentina de finales de 2001, cuando las conjuras se larvaban sin descanso en el caldo de cultivo de un fiasco económico descomunal. La intriga se sigue con fruición, las réplicas –lapidarias, como corresponde– rezuman inteligencia y mala baba, en la mejor tradición del género. Y así, mediante un relato absorbente y cautivador, Nadie ama a un policía nos brinda al tiempo un retrato ajustado de un país, de una sociedad al borde de la quiebra. Eso, y no otra cosa, es la novela negra.

Grande eres, Orsi.