miércoles, 25 de febrero de 2009

VICKY CRISTINA... PE


Se cumplieron los pronósticos y nuestra Penélope de Alcobendas se hizo al fin con el Oscar que ya acarició hace dos años merced a Volver, de Almodóvar (si bien, en aquella ocasión lidiaba en la categoría de Mejor Actriz). Sólo cabe alegrarse. El galardón era de absoluta justicia. La comedia de Allen deja un sabor agridulce, no tanto porque su artífice no esté en su mejor forma (que también), como por el poso amargo que la impregna y que termina adueñándose de la historia, bajo una fachada -como de costumbre- de diálogos chispeantes e inteligentes, marca de la casa.

Creo que el elenco está muy bien -a Bardem tal vez se le advierte algo desconcertado, como si no tuviera del todo claro su personaje-, aunque sobresalen del resto Rebecca Hall y nuestra Pe. Si la película se resiente de algún altibajo a partir de su ecuador, la ex de Cruise solventa cualquier contingencia con un despliegue de talento que evidencia, por si quedaban dudas, que se trata de mucho más que de una simple cara bonita (o fotogénica).

Por lo demás, me congratulo del éxito -cantado- de Slumdog Millionaire, una película brillante y fresca, inopinada en un cineasta tan anodino como Danny Boyle; ya he escrito aquí mismo que El curioso caso de Benjamin Button no colmó, ni con mucho, mis expectativas. Correcta, elegante en ocasiones... pero prescindible. Puro envoltorio. Frost/Nixon cuenta con un guión aquilatado y el trabajo portentoso de Frank Langella (a años luz del que perpetró con el mismo personaje el por otra parte excelente Anthony Hopkins); pero Ron Howard sigue sin alcanzar la mayoría de edad (y eso que ya pasó el sarampión). Mi nombre es Harvey Milk es poco más que un telefilm aseado y previsible, que se beneficia de lo políticamente correcto del tema que aborda; como le ha ocurrido a su protagonista, un Sean Penn que tiende a la sobreactuación, y que le ha birlado al gran Mickey Rourke el Oscar que le correspondía en buena ley por El luchador.

Cosa distinta hubiera sido que en la terna de nominadas figurasen títulos como El caballero oscuro o Wall-E, que reunían a mi juicio méritos más holgados que la mayoría de los citados, pero resultaban acaso apuestas demasiado atípicas para las categorías principales, y estaban ya suficientemente amortizadas tras su exitosa acogida en todo el mundo.

domingo, 15 de febrero de 2009

EL CURIOSO CASO DE DAVID FINCHER


Precedida de un rosario de nominaciones para los Oscar se ha estrenado al fin El curioso caso de Benjamin Button, a partir del relato homónimo de F. Scott Fitzgerald. El autor de El gran Gatsby urdió en el mismo una premisa ciertamente sugestiva: el protagonista nacía como un anciano y rejuvenecía con el correr de los años, recorriendo un itinerario contrario -al menos en su apariencia externa- al de sus congéneres.

En este blog hemos ponderado con antelación la gran talla de cineasta que atesora David Fincher. Dueño de un poderoso estilo visual, se trata sin duda alguna de uno de los mejores realizadores de la actualidad y, en consecuencia, una elección más que razonable por parte de los productores Kathleen Kennedy y Frank Marshall (colaboradores desde hace décadas de Steven Spielberg, quien de hecho barajó en el pasado acometer el proyecto contando con Tom Cruise como intérprete).

El resultado, sin embargo, suscita algunas dudas. Fincher ha filmado una película estimable, de factura impecable y sólida, en la que nada desentona ni rechina en el marco de una producción holgada, que ha de afrontar el oneroso reto de múltiples cambios de escenario y época. La acción abarca la práctica totalidad del siglo XX, con referencia expresa a sus principales hitos, y ello requiere una concienzuda labor de ambientación, resuelta de manera irreprochable. Con todo, a excepción de secuencias aisladas y meritorias, en El curioso caso de Benjamin Button hay poco lugar a la inspiración. El espectador asiste con moderado interés a las numerosas incidencias de la trama, pero raramente alcanza a sentirse conmovido por las mismas, acaso por una puesta en escena distante y fría, que concede por lo general mayor atención a los aspectos ornamentales que a la temperatura emocional de los personajes.

Hay un inconveniente añadido: la presencia de Brad Pitt como eje de la narración. A pesar de su flamante candidatura a la dorada estatuilla, sus limitaciones como actor quedan al descubierto de manera visible. No sostengo en modo alguno que Pitt sea una nulidad: tanto en El club de la lucha como en Seven -ambos títulos firmados por Fincher, curiosamente- salía airoso, al igual que en Doce monos, de Terry Gilliam; pero en los casos citados su labor se sostenía sobre la base de una gesticulación acusada, sobre un histrionismo que resultaba congruente con los roles que encarnaba. Benjamin Button, por el contrario, supone todo un desafío interpretativo. Alardes de maquillaje al margen, requiere contención, capacidad para expresar matices de enorme sutileza tan sólo con la ayuda de la mirada, o de movimientos muy limitados y escogidos. Algo, en suma, al alcance de muy pocos actores... de los verdaderamente grandes. Brad Pitt, por más que pese a sus muchas admiradoras, se encuentra un escalón por debajo.

En abierto contraste, la presencia de Cate Blanchett se erige en una de las mejores bazas del film. Su aparición en pantalla coincide casi invariablemente con los mejores momentos de la película, con mención especial para la bella escena nocturna en que intenta seducir a Benjamin bajo un templete de Central Park. Blanchett brilla con luz propia allí donde su partenaire deviene plano, un tanto insulso...

Durante el visionado uno evoca de cuando en cuando obras como Big Fish o Forrest Gump (no en vano el guionista de esta última es el mismo: Eric Roth), con las que comparte una atmósfera impregnada de fantasía así como una filosofía bastante naif pero no por ello menos efectiva de cara al gran público: la vida es efímera, "nunca sabes lo que te espera" y lemas de parecido tenor, tan ciertos como obvios. Se trata invariablemente -diferencias de calidad al margen- de películas que intentan persuadir al espectador, convencerle de que se le proporciona un conocimiento profundo, de enorme valor; películas que tratan de cuestiones importantes...

Recomendable en todo caso, hermosa en su estética al tiempo elaborada y esencial -que remite en buena medida a los lienzos de Edward Hopper-, El curioso caso de Benjamin Button se nos antoja un título notable que, sin embargo, y habida cuenta de sus ingentes posibilidades dramáticas, podría haber aspirado con mayores dosis de atrevimiento y audacia al sobresaliente cum laude. Como la ilustración esmerada que es, los devotos de David Fincher no vamos a abjurar por su causa de nuestra profesión de fe... pero sabemos que el autor de Zodiac está capacitado para escalar mayores cotas de osadía y talento.